Últimamente me gusta mucho observar los comportamientos de
la gente. Debe ser que igual me estoy volviendo una especie de socióloga
anónima que le gusta ver cómo actúan las personas de su alrededor y aplicar esos
pequeños conceptos a su vida real para ir creciendo poco a poco; o simplemente
tengo mucho tiempo libre, muchos vídeos vistos en clase sobre comunicación no
verbal y muchos huecos en la cabeza con ganas de llenarlos de madurez.
La cosa es que llevo ya un par de semanas dándole vueltas a un
concepto que no me termina de dejarme del todo satisfecha.
¿Son diferentes nuestros actos dependiendo de la persona a
la que se los trasmitamos?
¿Cómo podemos saber si el gesto que realiza una persona
significa lo que nosotros creemos?
¿Cómo sabemos la importancia que está persona le ha dado?
¿O sí estamos exagerando?
¿Cómo sabemos que no estamos equivocados?
Que fácil y tonto es el ser humano, como nos dejamos influir
y nos delatamos poco a poco. Como nos puede llegar a herir un mínimo gesto o a
convencer un comentario.
Le propongo a la humanidad un trato; dejémonos de juegos
absurdos y de interpretaciones sistemáticas, terminemos con la excusas para no
ser libres y asumamos nuestra vida con nuestros fallos y aciertos. Brindemos y
lloremos de alegría por el tiempo que tenemos y disfrutemos del momento.
Dejemos atrás los prejuicios y aprendamos a vivir.
Pido perdón así y para empezar de cero a todos aquellos que
juzgué sin saber, a todos los que dejé de lado por creer lo que me dijeron de
ellos e incluso a los que por una opinión previa ni llegue a conocer.
Espero que aquellos amigos que fallé por la idiotez que
caracteriza nuestra especie sepan ver mi condición humana y perdonen, acepten y
quieran, porque compartida la vida es más.
Y más vale tarde que nunca.
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